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Cuando se
habla de la fidelidad de las mascotas, de cómo los
perros siguen a sus dueños, se debería tener en cuenta a
Moro, un perro que aunque no tuvo amo¹, consideraba amigo
a todos los habitantes de su pueblo, ya que siempre
asistía a todos los entierros que se hicieran en
la villa. |
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Hablamos
de Fernán Núñez, población de la provincia de Córdoba en
España, donde hubo un perro al que llamaban el Moro, que
tenía la costumbre de asistir a todos los entierros que
se realizaran en el pueblo; cuando había un sepelio, el
Moro se colocaba detrás del ataúd como un ciudadano más,
acompañando al féretro hasta el cementerio de Fernán
Núñez. |
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El Moro,
además de esa sorprendente asistencia a las exequias de
los humanos, también rondaba las viviendas de los
moribundos. Al parecer, cuando alguien estaba muriendo o
agonizando, se podía ver en la puerta de su casa, o en
las cercanías, al perro de los entierros, era como si
intuyera lo que iba a suceder y quisiera acompañar a los
moribundos, terminando definitivamente esa comitiva
hasta el cementerio. |
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Cuando
visitamos Fernán Núñez, en mayo 2006, quisimos obtener
más información de tan curioso perro, pero había
diferentes opiniones respecto a cómo murió el Moro. Algunas
personas, no recordaban nada, pero hubo un vecino que
no olvidó cómo murió el perro, tristemente apaleado por unos gamberros,
apartándolo para siempre de esta vida en la que él,
siempre acompañó a los difuntos. |
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La
escultura de el Moro, está en el Parque Llano de las
Fuentes,
fue erigida en abril de 1995, y como se puede ver por las
fotos, algún gamberro ha pintado de rojo los
representativos órganos sexuales del perro, no sabemos
con qué fin, pero quien o quienes hayan realizado tan
ruin y cobarde acción, no merecen que el Moro, ni ningún
otro cariñoso animal les acompañen en sus últimas horas
en este Mundo, que debería ser sólo de mejores personas y
de perros como este de Fernán Núñez. |
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Nota ¹
: Después de poner esta página, me llegó un correo
diciendo que el perro Moro, tras la muerte de su dueño,
vio que lo llevaban al cementerio y desde entonces, cada
vez que veía un entierro, iba detrás a ver si encontraba
a su amo. |
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Simón
Templar, 0506 |
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